Mientras lees puedes escuchar...:
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Recuerdo el día que papá me llevó por primera vez a la biblioteca de casa.
Llovía de esa forma en que las gotas se hacen oír de la alegría que sienten al desprenderse y caer, chocando con fuerza contra todo, mezclándose con la tierra.
Siempre he pensado que la alegría de las gotas es como la adrenalina que sienten aquellos que emprenden caminos nuevos, ya que, por muy simples que puedan parecer, no pueden evitar sentir su corazón bombeando con más fuerza que en lo cotidiano.
Yo creo que sólo las gotas bien formadas que ya no tienen miedo a nada son capaces de caer con tanta felicidad. Es como un ritual en el que sólo unos pocos se dan cuenta de lo que está sucediendo. Son en esos momentos en que paro con mis quehaceres y observo por la ventana queriendo ser partícipe del momento, pensando que aunque mis ojos no estén preparados para definirlas individualmente, ellas, hechas para la velocidad, sí pueden verme a mí.
Estaba yo aquel día en medio de ese ritual cuando papá se sentó a mí lado, sonriendo con complicidad y colocando su mano sobre mi espalda, mirando más allá de la ventana.
Las manos de papá son grandes y suaves, y están llenas de palabras que durante años ha ido dejando sobre sitios diferentes: sobre libretas, folios, servilletas, posavasos, agendas y diarios, para ser, como última parada, un libro.
- Penélope, ¿piensas estar sentada frente a la ventana hasta que caigan las últimas gotas?
- Es posible, papá.
- Hija, ¡menuda paciencia tienes!
- ¿Sabes, papi? Cuando la lluvia crea su propia música, no puedes huir de ella. Puedes subir el volumen de la tele, poner música, pero siempre habrá un momento en que deberás moverte de sitio, y cuando te muevas, volverás a escuchar su melodía. Ella riega el campo y alza el olor de la tierra, así pues, ¿por qué no mirarla?
- Tienes razón. Así pues, ¿qué te parece si vamos a la biblioteca y escuchamos allí la lluvia caer?
- ¿¡Lo dices en serio!?
- Jajaja, lo digo en serio.
Papá me abrazó con sus brazos protectores, como dice mamá. Le miré con esos ojazos tan expresivos, le dije que sí con la cabeza y le di la mano.
Jamás había pisado la biblioteca, donde, según mamá, papá guarda sus más grandes tesoros después de ti y de mí, los libros. Así que fui con la espalda bien recta, mostrando mi más sincero respeto en mi mirada.
Cuando papá abrió la puerta me di cuenta de lo acostumbrados que estamos a los olores del día a día, pues pude oler sin acercarme siquiera a las estanterías, el aroma a madera que desprendían y que penetraba en mi nariz, primero provocándome una leve molestia, después, dándome cobijo.
Creo que desde ese primer contacto me di cuenta que allí dentro había vida aún cuando nadie estaba dentro, pues entré vacilando, a pasitos cortos, como pequeños sorbos dan los bebés cuando se alimentan de la leche de sus madres.
Cuando entré, abrí mucho la boca, o al menos, eso fue lo que me dijo papá más tarde, y lo que acostumbra a explicar cuando habla de aquella vez.
Aquel respeto profundo que sentía hacia todo el papel colocado de forma ordenada sobre todos aquellos estantes no pudo contener a la Penélope admirada que albergaba en mi interior.
- ¡Uau! ¡Cuántos libros en las estanterías!
- Sssshhhh... ¡No hagas ruido o los despertarás! - Me dijo papá, muy flojito pero con convicción, creando en mi más asombro aún.
- Pero, ¿los libros duermen?
- Los libros, Penélope, tan sólo despiertan cuando tocas sus lomos, les miras con mimo y respeto y hueles sus páginas... Y una vez los abres es cuando todas esas palabras cobran vida dando forma a sus personajes, ambientes y épocas en el tiempo.
- ¿Incluso épocas que jamás han existido?
- Incluso esas épocas cobran vida. Un libro es tu mejor compañero, y como tal, tan sólo te pedirá que no lo subestimes. Los libros, como las personas, a veces necesitan tiempo para ser ellos mismos, y es entonces, cuando sientas que un libro no te está agradando lo suficiente, que has de devolverlo a su lugar y esperar a sentir que el libro te vuelve a llamar, será en ese momento en que deberás de volver a empezar desde la primera página para que pueda volverte a dar la bienvenida.
- Uaaaaaaaalaaaaa...
- Y ahora, Penélope, puedes recorrer todas la estanterías y escoger el primer libro que leerás.
Y mientras me perdía entre todos esos libros, tactos y olores que exclamé:
- Tenía razón, puedes hacer cualquier cosa para huir de la lluvia, que siempre te acompaña.
- Jamás dije que fuésemos a huir de la lluvia, pero, lo mismo que puedes ver la lluvia caer, ¿por qué no dejar que nos haga compañía haciendo del ritual de las gotas y el de las letras sólo uno?
Desde hace cuatro años, cuando llueve, voy a la biblioteca, me dirijo sin vacilar hacía la misma estantería, cojo el mismo libro y me siento sobre la vieja butaca. Aquel libro, el último que escribió, y que cada vez que empiezo puedo ver las manos llenas de palabras de papá moviéndose sobre el papel, la una escribiendo, la otra, sujetando. Aquél libro que lleva un nombre, mi nombre y una historia, mi historia. Aquél libro inédito que escribió sólo para mí.
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