domingo, 13 de mayo de 2012

MI NUEVO BLOG

¡Hola!
He creado un nuevo blog donde pondré mis escritos y mis manualidades... Para los que quieran seguir leyéndome, adjunto mi dirección:

http://losmundossecretosdelaura.blogspot.com.es/

domingo, 22 de abril de 2012

INTENTANDO EXPLICAR UNA PEQUEÑÍSIMA PARTE SOBRE...


Vivo encerrado en mi mundo. Tengo miedo a muchas cosas, aunque muchos de esos miedos sé que para otros son miedos tontos e inexplicables.
Imagina que tienes miedo a las arañas, incluso a las más pequeñas. Imagina que estás estudiando cuando aparece una diminuta araña sobre el escritorio y no puedes evitar asustarte y alejarte de allí. Has dejado tu libro sobre la mesa, pero eres incapaz de volver para cogerlo. ¿Cuántas personas te han dicho que es un miedo estúpido?
O imagina que tienes miedo a las alturas, tanto, que eres incapaz de subirte sobre una diminuta caja por miedo a perder el equilibrio y caer ¿qué te diría alguien que se pasa días, semanas, meses y años programando escapadas para escalar las montañas más altas?
Imagina que unimos todos los miedos insignificantes y los ponemos en un sólo ser. Bien, yo soy una de esas personas con miedo a muchas cosas... Ya puedes decirme que son miedos tontos, pero, ¿qué me dices tú de los tuyos? ¿No son igual de tontos si los miras objetivamente? ¿No te obstaculizan, acaso? Y, ¿cuántas veces te han dicho que tu miedo es absurdo y sin embargo no lo has superado? Entonces, pensándolo bien, ¿qué tienen de diferente tus miedos y mis miedos?
La diferencia está en que te llamarán miedica cariñosamente, tú les sonreirás con un poco de vergüenza, y te seguirán aceptando... Pero a mí, me dará tanto miedo y seré tan incapaz de expresarlo, que me mirarán con ojos de miedo, otros, se reirán de mí de forma malsana y me llamarán tonto y probablemente me acaben dejando de lado.
Imagina que el miedo te hiciese incapaz de descifrar los sonidos de tu entorno, ¿te imaginas? Tu querrías silencio para superar ese miedo, pero en vez de eso, unos cuantos te dirían sin parar “cálmate”. Pero tú no escucharías cálmate, tú simplemente escucharías sonidos. Yo entonces me tiro del pelo, o me pego, o me tapo las orejas y grito muy fuerte, porque quiero que todos se callen, pero en vez de eso el cálmate se vuelve más fuerte y constante, y me pego, y gritan más fuerte, y chillo, y así, como una cadena. Pero no estoy loco. Tengo miedo, no tan controlado como el tuyo, pero, ¿eh que cuando te ataca, te late el corazón muy fuerte y te comportas también un poco... raro? Entonces, ¿eh que no soy tan diferente ni tan raro?
Me gusta la tranquilidad y mi rutina, y odio los cambios bruscos porque los estímulos me inquietan: los coches, las motos, los niños con sus mochilas de ruedas, los gritos, el silbato del policía, los pitidos, el timbre, el “goooooooool”, los cohetes, los petardos, los sabores, el tacto, la gente que pasa por tu lado corriendo, lasseñaleselmovilsonandoderepentelagentequehablasinpararysigueysiguey...
Para mí el mundo es así, rápido, sin tiempo a asimilarlo, o sí, pero con poca gente a mi alrededor con la suficiente paciencia para darme tiempo a entender tantos códigos y señales...

Piensas que soy súper extraño porque no suelo mirar a la cara ni a los ojos. Imagina que estás sentado en tu sillón y te ponen una película muda ya empezada. Y tú intentas saber por qué ella está sonriendo, pero no lo sabes porque no viste antes de qué se trataba, o que está llorando, pero tampoco consigues entender el por qué, y al rato, de tanto intentar sin éxito entender sus emociones y encontrar explicaciones, te sientes muy frustrado y apagas el televisor.
Pero imagina que en vez de una película muda, es la radio. Lo entenderías todo y sabrías identificar cada emoción a través de cada pausa entre palabra y palabra.
Pues a mí me cuesta menos escucharte que mirarte. Porque me cuesta saber que sonríes, que lloras, que estás enfadado, que estás triste. Es como cuando tú no entendías esa película muda ya empezada, tan sólo veo a personas haciendo miles de muecas que me desconciertan y me crean desconfianza. ¿Empiezas a entenderme un poquito? ¡Seguro que sí...!

También me miras raro porque no hablo. Te entiendo. “¿Qué estará pensando? ¿Me estará entendiendo? ¿Le habré caído bien? O por el contrario, ¿desearía no volverme a ver?” Supongo que soy como un libro cerrado, y que para ti guardo un montón de secretos.
Pero si de verdad te esfuerzas, si realmente te encuentras con fuerza para parar junto a mí el mundo, si me observas con interés y no con miedo, si te acercas poco a poco y de puntillas sin hacer mucho ruido, descubrirás sonrisas que salen de la nada, verás muchas de mis aficiones que te dejaran con la boca abierta, verás como poco a poco empiezo a entender y a adaptarme aunque más lentamente que tú, que despacito te iré incluyendo en mi mundo molestándome cada vez menos tu presencia y sintiéndome cada vez más a gustito,
consiguiendo aumentar cada vez más la autoestima, esa palabra que significa crecer...

Si tú quisieras...

Laura González Barro
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Si prefieres escucharlo de la voz de Esther Villanueva Martínez:
http://www.goear.com/listen/65e1a9b/autismo-laura-gonzalez-barro 
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Intentando explicar una pequeñísima parte sobre el... AUTISMO 


Si quieres saber más...:


-  Autismo infantil y familia; parte 1: http://www.youtube.com/watch?v=TFiT3uYo-Ug
Parte 2: http://www.youtube.com/watch?v=1FjvodJs4Gc&feature=endscreen&NR=1
- Simon, recuperado de autismo: http://www.youtube.com/watch?v=OCSoM6BJhxk&feature=related

jueves, 12 de abril de 2012

HIPERSENSIBILIDAD

Puedes escuchar mientras lees: http://www.youtube.com/watch?v=IyCRJmerW1Q
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El Señor Ingo y yo estamos de acuerdo en que soy hipersensible a un montón de cosas. La verdad es que yo no sabía que lo era, pero sin darme cuenta lo era. Le pregunté al Señor Ingo que cómo había podido pasar que yo no lo supiera: 
  -¿Cómo ha podido pasar el que yo no lo supiera, Señor Ingo?
El Señor Ingo me miró con sus ojos muy redondos y negros que nunca cierra y no me respondió:
- …
Me pregunté y le pregunté si eran unos de esos misterios de la vida.
- ¿Son unos de esos misterios de la vida, Señor Ringo?
No dijo nada, así que supuse que sí o que yo quería creer que sí, como me suele decir mamá y añade:
- Tu siempre crees que responde lo que a ti te interesa que responda. (Añade) Eres muy lista y muy pilla, tú.
La cuestión es que descubrí que era hipersensible de sopetón y no veas que faenón me llevó escribir todas las cosas a las que era hipersensible para guardarlo en mi cajita “Datos importantes para un futuro”.
El Señor Ingo es el osito de peluche más guay del mundo mundial. Aunque no hable, me ayuda, porque deja que clave mis ojos en los suyos y me pierda en ellos hasta desaparecer. Jamás ha roto en dos un pensamiento en proceso de elaboración con un “¿qué miras?” o con un movimiento de cabeza que me hacía volver en sí. Mamá sí que lo suele hacer. Lo hace a todas horas. La miro y la miro y siempre esquiva mi mirada. Papá dice que es porque no se quiere, de eso todavía no sé nada, así que no sé si es verdad, pero aún así continuo mirándola aunque esquive mi mirada un billón de veces.
La gente dice que soy rara porque miro muy fijamente a los ojos y les hago sentir mal sin yo darme cuenta. Papá dice al respecto que es que me quiero mucho y por eso no tengo miedo a nada, yo no sé si me quiero, así que cuando lo dice encojo mis hombros haciendo morritos y exclamo: “pues no lo sé”.
- Pues no lo sé.
No fue ahí cuando descubrí que era hipersensible, y aún más que lo era a un montón de cosas. Lo supe por unos de esos misterios de la vida, porque mamá nunca ha dicho nada para ella misma en voz alta delante de mí, y si no lo hubiese hecho y me hubiese enterado años más tarde, el faenón en hacer una lista para “Datos importantes para un futuro” hubiese sido muy grande. Porque si soy hipersensible ahora a un hipermegamontonazodecosas no me quiero imaginar de aquí unos años, ¡seré a un hipermegasupermontonazacodecosas!
Mamá suspiró largamente así: “Ainsssssssssssssssss...”. Se puso la mano izquierda en el pecho y dijo: “por qué seré tan hipersensible”. Y yo me pregunté “¿qué es eso de hipersensible?”
- ¿Qué es eso de hipersensible?
Y ella me dijo “algo que te afecta mucho y no puedes evitarlo”:
- Algo que te afecta mucho y no puedes evitarlo.
Ahí sí que me fui pitando y coloqué ante mí al Señor Ingo. Cogí un lápiz de color verde, unos cuantos folios y empecé a pensar. Me pregunté si era hipersensible a la cebolla:
- Lo soy, porque aunque no esté en la cocina soy capaz de olerla y mis ojos no paran de llorar. ¡Me afecta mucho y no lo puedo evitar...!
Al helado de vainilla:
- También. No me imagino probando otro sabor y arriesgarme a que no me guste... ¡No lo puedo evitar...!
A quedarme distraída...
- Mirando la ventana. Y más, si llueve. Me relaja, así que me afecta y no puedo evitar hacerlo...
A las gotas...
- Más que a la lluvia. Porque es lo que prueba que ha llovido. Verlas en la ventana, sobre los coches, sobre las hojas... Me fascina. No lo puedo evitar...
Así hice una larga lista: a la alegría inicial de notar el intenso sabor de un chicle y la inmensa tristeza cuando ya no había sabor y lo tenías que tirar. Al crear pompas de jabón y sentir satisfacción al explotarlas y notar la sensación jabonosa resultante en mis manos.. A... A... Un montón de cosas más...


Subí las escaleras que conducían a la que fue mi habitación durante tantos largos años y entré. Las paredes seguían pintadas de aquel verde manzana que tanto me gustaba, aunque las manchas de humedad mostraban que el tiempo había pasado aunque todo siguiera intacto. No habían telarañas, lo que me hacía creer que mi madre pasaba allí largas horas, recordando mi niñez y con él su pasado.
No me reconocí allí dentro pese que había sido durante años mi espacio, y me costaba revivir aquellas sensaciones tan desconocidas ahora que en aquel entonces agolpaban mi pecho haciéndome sentir una Amelie creando un mundo de sueños.
Tan sólo habían restos de mi adolescencia. Me pregunté si realmente estaban en un destino desconocido el Señor Ingo y todas aquellas cosas de mi niñez que tiré a la basura cuando ya las creí innecesarias.
Con un atisbo de duda me dirigí al cuarto de mis padres y miré bajo la cama. Había una caja en la que ponía “COSAS DE CLARA”. La saqué y no recuerdo si fue con entusiasmo, con miedo o con las dos cosas. Estaba a punto de reencontrarme con mi niñez, de revivir aquella pequeña llama. Abrir la caja era de lo más sencillo, pero aún así me costó.
Las lágrimas acudieron nada más ver al Señor Ringo. Recordé a mamá cosiendo sus rotos tantas veces, y allí seguía, fiel a mi mirada. Lo dejé sobre mi regazo mientras seguía investigando.
Habían varias fotos, objetos que en aquel momento vi un gran valor en ellos y mi cajita “Datos importantes para un futuro”. La saqué y la contemplé antes de abrirla.
Cuando lo hice, cogí aquella lista de tres hojas que creé sobre las cosas a las que era hipersensible. Las releí mientras sonreía y una vez acabé las doblé y las puse en lo más hondo de la caja. Cogí un trozo de papel y un lápiz de color rojo y en mayúsculas escribí sobre él para después meterlo en la caja:
HIPERSENSIBLE... A LA VIDA”

domingo, 8 de abril de 2012

PENÉLOPE

Mientras lees puedes escuchar...:
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Recuerdo el día que papá me llevó por primera vez a la biblioteca de casa.
Llovía de esa forma en que las gotas se hacen oír de la alegría que sienten al desprenderse y caer, chocando con fuerza contra todo, mezclándose con la tierra.
Siempre he pensado que la alegría de las gotas es como la adrenalina que sienten aquellos que emprenden caminos nuevos, ya que, por muy simples que puedan parecer, no pueden evitar sentir su corazón bombeando con más fuerza que en lo cotidiano.
Yo creo que sólo las gotas bien formadas que ya no tienen miedo a nada son capaces de caer con tanta felicidad. Es como un ritual en el que sólo unos pocos se dan cuenta de lo que está sucediendo. Son en esos momentos en que paro con mis quehaceres y observo por la ventana queriendo ser partícipe del momento, pensando que aunque mis ojos no estén preparados para definirlas individualmente, ellas, hechas para la velocidad, sí pueden verme a mí.
Estaba yo aquel día en medio de ese ritual cuando papá se sentó a mí lado, sonriendo con complicidad y colocando su mano sobre mi espalda, mirando más allá de la ventana.
Las manos de papá son grandes y suaves, y están llenas de palabras que durante años ha ido dejando sobre sitios diferentes: sobre libretas, folios, servilletas, posavasos, agendas y diarios, para ser, como última parada, un libro.
    • Penélope, ¿piensas estar sentada frente a la ventana hasta que caigan las últimas gotas?
    • Es posible, papá.
    • Hija, ¡menuda paciencia tienes!
    • ¿Sabes, papi? Cuando la lluvia crea su propia música, no puedes huir de ella. Puedes subir el volumen de la tele, poner música, pero siempre habrá un momento en que deberás moverte de sitio, y cuando te muevas, volverás a escuchar su melodía. Ella riega el campo y alza el olor de la tierra, así pues, ¿por qué no mirarla?
    • Tienes razón. Así pues, ¿qué te parece si vamos a la biblioteca y escuchamos allí la lluvia caer?
    • ¿¡Lo dices en serio!?
    • Jajaja, lo digo en serio.
Papá me abrazó con sus brazos protectores, como dice mamá. Le miré con esos ojazos tan expresivos, le dije que sí con la cabeza y le di la mano.
Jamás había pisado la biblioteca, donde, según mamá, papá guarda sus más grandes tesoros después de ti y de mí, los libros. Así que fui con la espalda bien recta, mostrando mi más sincero respeto en mi mirada.
Cuando papá abrió la puerta me di cuenta de lo acostumbrados que estamos a los olores del día a día, pues pude oler sin acercarme siquiera a las estanterías, el aroma a madera que desprendían y que penetraba en mi nariz, primero provocándome una leve molestia, después, dándome cobijo.
Creo que desde ese primer contacto me di cuenta que allí dentro había vida aún cuando nadie estaba dentro, pues entré vacilando, a pasitos cortos, como pequeños sorbos dan los bebés cuando se alimentan de la leche de sus madres.
Cuando entré, abrí mucho la boca, o al menos, eso fue lo que me dijo papá más tarde, y lo que acostumbra a explicar cuando habla de aquella vez.
Aquel respeto profundo que sentía hacia todo el papel colocado de forma ordenada sobre todos aquellos estantes no pudo contener a la Penélope admirada que albergaba en mi interior.
  • ¡Uau! ¡Cuántos libros en las estanterías!
  • Sssshhhh... ¡No hagas ruido o los despertarás! - Me dijo papá, muy flojito pero con convicción, creando en mi más asombro aún.
  • Pero, ¿los libros duermen?
  • Los libros, Penélope, tan sólo despiertan cuando tocas sus lomos, les miras con mimo y respeto y hueles sus páginas... Y una vez los abres es cuando todas esas palabras cobran vida dando forma a sus personajes, ambientes y épocas en el tiempo.
  • ¿Incluso épocas que jamás han existido?
  • Incluso esas épocas cobran vida. Un libro es tu mejor compañero, y como tal, tan sólo te pedirá que no lo subestimes. Los libros, como las personas, a veces necesitan tiempo para ser ellos mismos, y es entonces, cuando sientas que un libro no te está agradando lo suficiente, que has de devolverlo a su lugar y esperar a sentir que el libro te vuelve a llamar, será en ese momento en que deberás de volver a empezar desde la primera página para que pueda volverte a dar la bienvenida.
  • Uaaaaaaaalaaaaa...
  • Y ahora, Penélope, puedes recorrer todas la estanterías y escoger el primer libro que leerás.
Y mientras me perdía entre todos esos libros, tactos y olores que exclamé:
  • Tenía razón, puedes hacer cualquier cosa para huir de la lluvia, que siempre te acompaña.
  • Jamás dije que fuésemos a huir de la lluvia, pero, lo mismo que puedes ver la lluvia caer, ¿por qué no dejar que nos haga compañía haciendo del ritual de las gotas y el de las letras sólo uno?

Desde hace cuatro años, cuando llueve, voy a la biblioteca, me dirijo sin vacilar hacía la misma estantería, cojo el mismo libro y me siento sobre la vieja butaca. Aquel libro, el último que escribió, y que cada vez que empiezo puedo ver las manos llenas de palabras de papá moviéndose sobre el papel, la una escribiendo, la otra, sujetando. Aquél libro que lleva un nombre, mi nombre y una historia, mi historia. Aquél libro inédito que escribió sólo para mí.

viernes, 6 de enero de 2012

DOLORES

Todo el mundo se empeña en decir, aún después de seis años y aunque lo haya negado mil veces, que lo que me llevó a aquel trágico accidente que me dejaría tetraplejica y postrada la mayor parte del tiempo en una cama, fue mi angustia y mi nerviosismo por llegar a casa de mi madre para encargarme de sus cuidados y necesidades de aquella tarde, pues según la gente, que no yo, llegaba tarde. Del por qué mi familia se empeñaría en despertar en mi aspecto lastimero un atisbo de heroísmo, jamás lo sabré.
    Se debería tratar tal vez de lo triste en decir que iba a mi ritmo de siempre, confiada con mis manos sobre el volante rumbo del camino de siempre por la carretera de siempre y con mi mente en otra parte, que mi pie me jugó una mala pasada y en el momento menos inesperado apretó el acelerador y que cuando quise poner remedio, que fue cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde y me di de bruces contra esa curva similar a otras tantas que ya había dejado atrás.
    Desde aquella tarde empecé a ser la pobrecita Dolores y para los médicos una tetraplejica más. ¿Causa? Accidente de coche. ¿Iba bebida? No, no iba bebida ni drogada, y yo que estaba entre la conciencia y la inconsciencia me hubiese gustado añadir que lo que estaba era distraída pensando en que tenía que comprar zumo de naranja del que sabía como el natural pero que no llevara pulpa, azucarado, pero que no engordase mucho, porque iba a ir a cenar a mi casa mi hija y le gustaba ese zumo del que nunca recordaba la marca.
    Decidí no tomármelo a llanto, aunque vergüenza de aquel trágico fallo a mi edad, sentí mucha y mil veces que me la comí. Tampoco decidí volverme una cascarrabias ni una de esas leyendas urbanas como, por ejemplo, la vieja chiflada postrada en una cama que dicen que si te acercas mucho a ella saca sus mandíbulas y te come, pero no un poco, te devora de verdad.
    Quizá lo que me molestara de verdad era el entusiasmo fingido de las enfermeras y mi simple diagnóstico archivado en mi historial, y es que en ningún informe médico ponía: Dolores, a raíz del torpe accidente acometido el día tal del mes cual del año x y a causa de su tetraplejía, se ha convertido en una psicóloga familiar de élite y a agudizado tanto su oído, su vista y su olfato que nada tendría que envidiar ni a un detective y si me apuran a un chef, y que considera los pucheros que hace su vecina la Encarnita una delicia.
    Y es que, por ejemplo, esta última semana, mi hija ya se me ha quejado cinco veces de la lavadora que le empieza a fallar, de su Javier que ya no sabe qué hacer para que saque buenas notas y de su marido que no se implica. Y todo esto lo hace mientras me coloca la cuña, mientras me quita la cuña, mientras me recoloca la almohada y mientras no hace absolutamente nada, y yo, que no puedo salir corriendo, ahí me quedo sin más remedio que escuchar a todo aquel que quiera contarme sus penas.
    De la chica que me viene a cuidar por las mañanas sé que cuando viene sonriendo y me lee las noticias del corazón, que aunque a mi no me guste ese mundo engancha, está contenta, pero cuando me venga y se siente a mi lado, mire por la ventana y empiece con sus “uhmm… uhmmmm… jum jum”, eso es que ha discutido con su Paco que la tiene harte pero le quiere y que no sabe qué hacer.
    Sé que son las nueve de la mañana cada vez que oigo bajar estruendosamente las escaleras al hijo de mi vecina de arriba yéndose al colegio -que ya lleva un año yendo solo- y sé que son las tres y media cuando le vuelvo a escuchar que sube corriendo y haciendo sonar sus llaves.
    Los martes y los viernes se me hace la boca agua oliendo los pucheros de mi vecina de al lado, la Encarnita, y el resto de la semana tengo que lidiar con los aromas sin sustancia de alguna vecina que desconozco pero que seguro que está dieta y jamás se distraerá al volante pensando que tiene que comprar zumo de naranja del que sabe como el natural, pero sin pulpa, azucarado, pero que engorde poco, porque de bien seguro que se irá directa al que ponga “Sin azúcares añadidos”.

   

lunes, 7 de noviembre de 2011

Este relato va dedicado a la Casa dels Xuklis, una organización que hace una gran labor con los niños con cáncer (http://www.lacasadelsxuklis.org)

Y por último, también va dedicado a Albert Espinosa, una persona que luchó contra el cáncer y lo venció, pero lo más importante: como persona es una persona única, un diamante.
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Me gustan los globos de helio. Tienen tantos colores y formas… Mi sueño es poder comprar un día muchos globos y soltarlos, ver como alcanzan el cielo y se pierden en el infinito. Pero claro, para eso primero tengo que salir de aquí. ¡Madre mía! Qué emoción estoy sintiendo, ¡y eso que todavía no ha llegado el día en que lo pueda hacer! Me lo puedo imaginar… Mamá, al ver cómo los suelto, pondrá por un momento cara de horror y exclamará “¡Pero que despilfarro de dinero!”, ya la estoy incluso oyendo, ¿tú no? ¡Jeje! Sí, seguro que sí. Pero papá reirá mucho y muy fuerte, enseñando todos los dientes que se empeña en disimular. Conociendo a papá…
     Pero ahora papá y mamá están un poco tristes… No sé si es porque me están dando unas medicinas que me han dejado sin pelo. A lo mejor me ven un poco feo… Pero yo me miro en el espejo y, ¡tampoco estoy tan mal! Además, ¡con este calor que hace me va de maravilla! Fíjate que a veces les miro entrecerrando mucho los ojos y puedo ver como se están deshaciendo como un helado. ¿¡Helado!? ¡Oh! ¡Ahora me comería un buen helado con mucho chocolate…! Pero bueno, ¿por dónde iba? Ah, sí… Mis papis están un poco tristes… Verás, se ve que tengo una cosa que se llama cáncer y no es muy bueno. Ese tal cáncer hace que a veces esté un poco malito y cuando lo estoy mi papá dice cosas como “¿por qué? Si sólo tiene cinco años…” y alguna que otra palabra fea que no la digo porque mamá no me deja…
     Yo estoy un poco triste, pero no por el cáncer ese que se ve que a veces se lleva gente al cielo, ¡a mí no me va a llevar! Si eso que se vaya con los globos de helio el día que los compre y los suelte. No, yo no estoy triste por eso… Sino porque ya no veo a mis amigos… Y tenía tres novias en el cole con las que me iba a casar. Y esto es un secreto que te cuento, ¿eh? No lo vayas a decir… Son las más guapas de la clase. Pero claro, ahora que no estoy en clase seguro que se habrán ido con Eric, el segundo más guapo de la clase porque el primero soy yo, ¿sabes? Además, a veces estoy flojo y no puedo correr, ni jugar…
     ¡Pero no te pongas triste! Hace poco era todo mucho peor… Mamá, cuando me dijeron que tenía que irme al hospital, tuvo que dejar su trabajo y venirse conmigo, y papá lo pasaba mal porque al continuar con su trabajo sólo podía venir a verme los sábados y domingos. Mamá no se podía quedar a dormir en el hospital y a veces, como un hotel vale mucho dinero, pues dormía en el coche. Con esto sí que te puedes poner triste de verdad, porque yo me sentía muy triste, sobretodo cuando intentaba hacer ver que no había llorado. Entre nosotros: miente fatal.
     Descubrimos que había una casa donde acogían a personas como yo y en la que tanto como mi mamá como yo podíamos estar allí y dormir allí, ¡sin pagar! ¿Te imaginas? Sí, yo también me puse muy contento cuando mamá me lo dijo. ¡Y la casa está súper cerca del hospital! Es súper guay, porque a veces vienen personas y nos enseñan a hacer pulseras y juegan con nosotros…
     Ahora sí que necesito que me guardes un secreto, ¿me lo prometes? Jo, pero guárdamelo de verdad, ¿eh? Que se que lo de mis tres novias ya lo has contado… Bueno, ahí va: Veo monstruos. ¡No te asustes! Son monstruos buenos que sólo vemos los niños como yo… Se hacen llamar Xuklis y ¿sabes qué hacen? Absorben las cosas malas que tenemos dentro y nos ponen buenos más pronto, ¿a qué me tienes envidia? ¡JA!

Penélope corre por la feria con su nuevo vestido. Es su cumpleaños y su padre le ha llevado con sus abuelos a la feria. Ella tira de sus pantalones con impaciencia mientras que con la otra mano intenta abarcarlo todo. Su padre le coge la mano y le susurra algo al oído. Ella sonríe. Se dirigen a un carrito de la feria, su padre saca dinero. Se alejan. Entre los dos sujetan todos esos hilos que sujetan los globos. Se miran entre los dos, cuentan hasta tres y los sueltan mientras Penélope sopla muy fuerte. Piensa que es gracias a su soplo que todos esos globos se han elevado hacia el cielo hasta perderse en el infinito, y su padre no piensa decirle la verdad. No le vayas a contar el secreto, ¿eh? Ssshhh… La abu exclama “¡Qué despilfarro de dinero!”, pero el abu ríe muy fuerte y con fuerza, enseñando todos los dientes que siempre se empeña en disimular… 

Laura González Barro 

domingo, 16 de octubre de 2011

FINAL


Sobre la marcha elegimos ese final sin saber en qué momento perdimos la esperanza. Estaba todo perdido y de nada iba a servir la lucha por sobrevivir.
     Me tumbó en aquella cama que olía a abandono con ganas e impaciencia. Me puse sobre él y le rodeé con mis besos, y fue tal mi urgencia que ni tan siquiera me di cuenta que estaba dejando la marca de mis besos sobre su piel a causa del carmín. Me hizo suya y le hice mío. Nos hicimos uno. Al acabar nos miramos decididos antes de salir a la cruda realidad.
     Aquella plaga de zombies se acercaba a nosotros sin contemplaciones. Era o correr hasta el agotamiento sabiendo que tarde o temprano íbamos a ser alcanzados o lanzarnos hacia ellos y luchar hasta la muerte.